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“Nos van a salir dólares por las orejas”: por qué la historia contradice la frase de Milei

Imposible no percibir una sensación de “deja vu” ante las declaraciones de Javier Milei, en las que prometió que “nos van a salir dólares por las orejas” por el futuro ingreso masivo de divisas, así como por su satisfacción por el hecho de que “los que apostaron al dólar están teniendo una sangría y pérdidas enormes”.

Hay, en realidad, una larga lista de frases grandilocuentes referidas al dólar, que han pasado a la historia. En su mayoría, se trata de pronósticos fallidos antes de crisis cambiarias, lo cual deja entre los argentinos de todas las edades una desconfianza genética ante los períodos de “peso fuerte” y, ciertamente, no contribuye a que aumente la confianza hacia el plan económico de Milei.

De hecho, aun cuando el tipo de cambio se desplomó desde la intervención del Tesoro estadounidense en el mercado local, eso no fue suficiente para que los ahorristas dejaran de demandar dólares en los bancos, ni para que los gerentes financieros de empresas necesitadas de liquidez vendieran sus divisas. Prueba de ello es que se siguen convalidando tasas muy altas en pesos -cercanas al 100%-, porque el mercado prefiere pagar ese costo antes que desprenderse de los billetes verdes.

La afirmación de Milei es, en rigor, una verdad parcial. Porque las ganancias o las pérdidas siempre dependen del momento en el que se realizó la inversión y en que salió de ella. Así, quienes hayan comprado dólares en el momento en el que el ministro Toto Caputo sugirió “no te la pierdas, campeón” y luego vendió cuando se llegó al pico de $1.515 en septiembre, ganó un 22% por la suba de la cotización en menos de dos meses. E incluso quienes se quedaron con los dólares guardados, siguen un 10% arriba.

Es cierto que hubo quienes perdieron al apostar a la devaluación. Sobre todo, los que en las últimas semanas tomaron coberturas en el mercado del dólar futuro, apostando a que en noviembre habría una cotización de $1.550.

Pero, en realidad, lo que buscan los presidentes o ministros de economía que hacen estas afirmaciones no es castigar a quienes pudieron haber tenido pérdidas en el pasado, sino persuadir a la población de que quien apueste a una devaluación saldrá lastimado. En el caso de Milei, su frase se inscribe en esa tradición, y los argumentos son los habituales: Argentina mejorará sus exportaciones, tendrá crédito internacional y llegarán inversiones externas para explotar los recursos naturales del país.

El que apostó al dólar, ganó

La historia reciente marca situaciones parecidas a la actual. La frase más recordada al respecto es la de Lorenzo Sigaut, quien en la dictadura militar sustituyó a José Martínez de Hoz en el ministerio de Economía. Había desconfianza sobre el sostenimiento de la “tablita cambiaria” y, para disipar los temores, Sigaut inmortalizó la frase: “El que apuesta al dólar, pierde”. La historia no lo dejó bien parado, porque ese 1981 trajo una mega devaluación y un posterior default de la deuda externa.

Terminaba así el período en el que se hizo famosa la expresión “deme dos”, pronunciada por los argentinos que invadían los negocios de Miami y Río de Janeiro y se asombraban de lo barato que era el mundo.

A la hora de echar culpas, no faltó otro clásico: el repentino cambio de las condiciones internacionales. En ese caso, la brusca suba de las tasas de interés dispuestas por Estados Unidos.

Algo similar había ocurrido en la gran crisis precedente, la del “Rodrigazo” de 1975. La tercera presidencia de Juan Domingo Perón se había beneficiado, al inicio, del aumento de los precios agrícolas, en el marco de una turbulencia económica global por el embargo petrolero.

Cuando el ministro José Ber Gelbard dejó el cargo, había una fuerte distorsión de precios, con un dólar atrasado y tarifas pisadas. El ministro Celestino Rodrigo fue el encargado de anunciar las malas noticias: “Seguimos un camino dislocado y distorsionado de irrealismo, continuando en una ilusión enfermiza de prosperidad creciente“, dijo en cadena de TV, antes de un ajuste cambiario y tarifario que derivó en estallido inflacionario.

Blindaje, fiesta de la soja y conspiraciones

Más cerca en la historia, también hubo otras situaciones en las que se dio el mensaje de que no había riesgo de que en Argentina faltaran dólares. La gestión de Fernando de la Rúa es recordada por el “blindaje financiero” que, en teoría, aseguraba el pago de todos los vencimientos de deuda sin riesgo de que se resquebrajara el “uno a uno”.

“El 2001 será un gran año para todos, qué lindo es poder dar buenas noticias”, había sido el mensaje findeañero del presidente, en uno de los pronósticos más desacertados de toda la historia. Un año después, tras haberse “fugado” gran parte de ese blindaje y después de un “magacanje” de deuda, llegó el momento temido: ante el corte del crédito del Fondo Monetario Internacional, colapsó el plan de convertibilidad y se desató la crisis social.

Durante el kirchnerismo también se generó una sensación de un mayor poder adquisitivo en dólares, como consecuencia directa del boom de la soja en el mercado internacional y por la irrupción de China como potencia proveedora de divisas. Pero aun esa situación, que parecía que iba a cambiar los paradigmas, encontró su techo. Después de tocar niveles récord de u$s600 por tonelada, la soja redujo su precio a la mitad.

Y Argentina, después de años de default, empezó a pagar sus cuentas. Cuando los dólares escasearon, se recurrió a las reservas del Banco Central; después, se prohibió la transferencia de divisas al exterior, y luego se restringió la importación.

Cristina Kirchner tenía una visión conspirativa respecto de las corridas cambiarias, que atribuía a grandes empresas y bancos para desestabilizar su gobierno. Fue en ese contexto que en 2011, tras una fuga récord de capitales que coincidió con su reelección presidencial, se instauró el cepo cambiario.

La otra “lluvia de dólares”

La promesa de “una lluvia de dólares” se empezó a escuchar en la campaña electoral de Mauricio Macri en 2015. El argumento era que, con el fin de los controles cambiarios, la supresión de las retenciones a la exportación agrícola y un clima “friendly” para los negocios, habría tal ingreso de dólares que la preocupación del gobierno sería cómo hacer para que el tipo de cambio no se derrumbara.

Durante dos años, el dólar se mantuvo relativamente estable -para solaz de quienes fueron a alentar a la Lionel Messi al mundial de Rusia-, pero las cosas no se dieron exactamente como se habían prometido. En realidad, sí hubo un ingreso masivo de divisas, pero fue por la habilidad del entonces ministro de Finanzas, Luis Toto Caputo, para acceder al mercado de capitales.

En cambio, los dólares provenientes de la inversión externa fueron escasos, y los del agro sufrieron el efecto de una nueva caída de precios. Una vez más, ocurrió lo habitual: lo que mantenía el equilibrio, que era el ingreso de capitales financieros para compensar el déficit de la cuenta corriente, tuvo un freno.

Al cambiar el clima financiero internacional, se produjo el flujo de capitales hacia los lugares seguros, y en esa huida Argentina fue uno de los más perjudicados: se quedó con la deuda financiera, el déficit comercial y sin “lluvia de dólares”. Ni el salvataje récord del FMI alcanzó para evitar otra crisis devaluatoria.

No todas las crisis fueron iguales, claro. Había condiciones políticas y sociales muy diferentes en la hiperinflación de 1989 que en el Rodrigazo o en la aguda recesión ocurrida durante la pandemia de Covid en 2020. Pero, en casi todas, hubo un denominador común: salían más dólares de los que entraban.

Es lo que en la jerga económica se llama “déficit de cuenta corriente”, y que muchas veces se intenta compensar con dólares prestados. La historia demuestra que ese remedio puede ser efectivo, pero no dura eternamente.

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