

Si es cierto, como afirma Toto Caputo, que “todo el que venda en cuotas en dólares va a tener un salto importante en su demanda”, eso sólo puede significar una cosa: para el gobierno, la “dolarización endógena” sólo ocurrirá si los compradores pagan a crédito y con una tasa de interés inferior a la que obtendrían si hicieran la misma compra en dólares.
Es la única manera de convencer a los argentinos de inyectar los “dólares del colchón” en la economía para realizar transacciones. Hasta ahora, todas las medidas que se tomaron para facilitar la competencia de monedas resultaron un fracaso, como el propio Javier Milei reconoció, en una de sus pocas autocríticas.
A fines del año pasado se había habilitado el uso de tarjetas de débito y de billeteras digitales para que, aquellos que ya tenían una cuenta bancaria en dólares, pudieran hacer pagos en moneda extranjera directamente, sin que fuera necesario hacer la conversión y perder el costo del spread cambiario.
Pero faltó algo fundamental: los compradores no veían el atractivo de pagar con una moneda a la que históricamente vieron como activo de refugio y guardarse otra moneda a la que siempre miraron con desconfianza. Expresado en jerga económica, el plan de Caputo no pudo quebrar la lógica irrefutable de la Ley de Gresham.
Además de las compras de propiedades inmobiliarias, una de las pocas actividades en las que se empezó a popularizar el uso de dólares es el turismo. Como se encarga de aclarar el Banco Central cada vez que los economistas se alarman por el abultado déficit cambiario en la cuenta de servicios, más de la mitad de los u$s700 millones que salen mensualmente son pagos con dólares de los propios viajeros.
Pero claro, hay un poderoso incentivo para que esto ocurra: quien elige pagar con tarjeta de crédito en el exterior y esperar a que, en su resumen mensual, el banco haga la conversión a pesos, tendrá el sobreprecio de 30% por la percepción del impuesto a las Ganancias. Hasta el año pasado, el incentivo era todavía más alto, porque incluía el 30% del Impuesto PAIS.
El incentivo en la tasa de interés
En definitiva, lo que experiencia está demostrando es que para que el ahorrista saque sus dólares del colchón y los use en una compra, en vez de usar pesos, tiene que haber un incentivo potente. Y, en el marco de una compra a crédito, ese incentivo sólo puede provenir de dos fuentes: una exoneración impositiva para el pago en moneda extranjera o un diferencial en la tasa de interés.
Lo sabe perfectamente cualquier argentino de más de 40 años que haya vivido la década del “uno a uno”. En aquellos tiempos de convertibilidad, había una escena que se repetía cotidianamente: cuando un consumidor compraba un electrodoméstico en cuotas, el vendedor le preguntaba si prefería que su deuda figurase en pesos o en dólares. No era necesario tener una caja de ahorro en dólares ni una tarjeta de crédito diferencial.
Si el comprador preguntaba cuál era la diferencia -a fin de cuentas, había una ley que establecía que un peso valía igual a un dólar, y no se exigían precios diferenciados-, la respuesta era clara: el interés que se aplicaba a las cuotas en dólares era muy inferior que el que se aplicaba a las cuotas en pesos.
A primera vista, esa situación podía sorprender, dado que se prestaba a interpretaciones sobre que el sistema bancario percibía un riesgo devaluatorio. De hecho, al gobierno de Carlos Menem y Domingo Cavallo no les gustaba esa situación, al punto que se había transformado en un clásico que el presidente y su ministro de economía reclamaran a los bancos una baja de tasas en cada evento empresarial.
La diferencia de tasas no fue uniforme a lo largo de toda la década, y varió de acuerdo con las situaciones de liquidez bancaria y según si los flujos de dólares entrantes estaba en alza o baja. Así, un punto de inflexión fue la crisis del “efecto Tequila”, en la que el sistema bancario tembló ante la salida súbita de 20% de los depósitos, algo que disparó una suba de las tasas.
A quién se le puede prestar en dólares
Claro que la experiencia de la convertibilidad de los años ’90 dejó en evidencia los risgos de prestarle dólares a quien tiene ingresos en pesos. Es una situación que está vedada para los individuos, pero que el gobierno ha flexibilizado para las empresas: ahora ya no son únicamente los exportadores los que pueden endeudarse en dólares.
Esta política vino acompañada por el estímulo a la emisión de Obligaciones Negociables para empresas que podrían tener un significativo ahorro financiero, por las tasas más bajas que las típicas líneas crediticias en pesos. Como está prohibido que los dólares de los ahorristas se usen para esas inversiones, se les permite a los bancos hacer inversiones con sus propios fondeos conseguidos en el exterior.
Con ese tipo de operatoria el gobierno gana por partida doble: primero porque la sustución del peso por parte del dólar baja la inflación y estabiliza el tipo de cambio. Pero, además, porque indirectamente se fortalecen las reservas brutas del Banco Central mediante encajes bancarios.
¿Se aplicará el mismo sistema a los consumidores para que se endeuden en dólares? Es un tema que lleva a mucha polémica. Para empezar, ¿cómo devolverán ese crédito, con dólares cash o con “argendólares” -es decir, pesos convertidos al tipo de cambio vigente al momento del pago?-.
Lo que muchos economistas advierten es que el sistema debe tener como condición fundamental la estabilidad cambiaria. Porque si se produce una suba repentina del tipo de cambio, pasan a estar en problemas los consumidores -a quienes se les encarece el crédito medido en pesos- y también los bancos, que previamente se habían endeudado en moneda estadounidense y deben devolverlos.
¿Ahorristas con riesgo de devaluación?
“No me gusta que se flexibilice si se presta a no generadoras de dólares. El tema es que nada salga mal, y tengamos algún sacudón en depósitos”, confiesa un alto ejecutivo de uno de los principales bancos de capital extranjero. Para este ejecutivo, no debe repetirse el error de los años ’90, cuando se daban préstamos en dólares a pymes que vendían en el mercado interno o créditos hipotecarios en dólares a asalariados en pesos.
El debate incluye la cuestión de cómo debe considerarse a quienes venden bienes en dólares, como un desarrollador inmobiliario o un concesionario de autos. Desde el punto de vista de los más “fundamentalistas”, esos empresarios tampoco pueden ser vistos como generadores de dólares, porque sus compradores necesitan cambiar pesos en el mercado.
“Aun cuando vos tengas dólares guardados, no los podés generar. Solamente el exportador puede considerarse un generador de divisas- Parece una sutileza técnica, pero muy relevante para la estabilidad del sistema en el caso de una crisis”, afirma el ejecutivo.
Las principales críticas apuntan a que, por más que el BCRA haya puesto a resguardo los depósitos de ahorristas en dólares, eso no necesariamente implica una garantía en caso de una crisis.
Muchos de los analistas críticos recordaron que “el dinero es fungible”, dando a entender que, en caso de crisis, no será tan fácil separar los dólares de ambas categorías.