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El dólar oficial se dispara a $1300 y prende luces de alerta: ¿conviene comprar divisas ahora

En la segunda rueda de la semana, el dólar minorista se vende con una suba de cinco pesos, en $1.300 en las pantallas del Banco Nación, con lo que anota un nuevo máximo histórico intradiario. En el mercado informal, el dólar blue se negocia con un incremento de diez pesos, a $1.350, y continúa siendo la variante más cara del mercado cambiario.

En el segmento financiero, el contado con liquidación (CCL) gana 0,1% en $1.296, mientras que el dólar MEP avanza 0,2% hasta los $1.295. Por su parte, el tipo de cambio mayorista registra un incremento y se posiciona a $1.285.

El dólar mayorista vuelve a estar en el centro de la escena. Tras dos meses de relativa estabilidad, la cotización escaló con fuerza durante junio y la primera quincena de julio, superando los $1.280 y encendiendo las alarmas en el mercado. Analistas explican que esta suba no es aislada ni sorpresiva: responde a una combinación de menor oferta de divisas, factores estacionales y crecientes tensiones políticas y fiscales.

La dinámica también refleja los primeros impactos del nuevo esquema económico que abandonó la intervención directa del Banco Central en el mercado cambiario. Bajo un régimen de flotación administrada, los dólares comenzaron a moverse hacia el techo de la banda informal establecida, empujados por la estacionalidad del agro y la demanda por cobertura en un contexto de incertidumbre electoral.

Los expertos coinciden en que el salto cambiario era esperable. La liquidación de la cosecha gruesa ya terminó, los pagos del medio aguinaldo elevaron la demanda de pesos y las vacaciones de invierno aumentan la demanda de divisas. A eso se suman tensiones legislativas, ruido político y señales de agotamiento del ingreso de dólares financieros.

Frente a este escenario, crecen las dudas entre los ahorristas: ¿conviene comprar dólares ahora, o esperar? ¿El Gobierno dejará flotar el tipo de cambio o volverá a intervenir?

Por qué sube el dólar: agro, política y nueva política monetaria

Desde el análisis de Invecq, la tendencia alcista del dólar tiene una raíz clara: el esquema de flotación libre sin intervención directa del BCRA expone al tipo de cambio a shocks estacionales y de confianza. En ese marco, entre junio y julio el dólar mayorista pasó de $1.150 a superar los $1.280, lo que representa un salto acumulado de más de 11%.

A esta aceleración se suman factores estructurales. Por un lado, la finalización del esquema de LeFi redujo las tasas en pesos y liberó liquidez. Por otro, persiste el déficit de cuenta corriente, la escasa acumulación de reservas y la ausencia de desembolsos de organismos internacionales. Todo eso genera presión sobre el tipo de cambio y limita el margen de maniobra oficial.

En paralelo, se evidencian tensiones políticas que potencian la dolarización de carteras: se discuten en el Congreso proyectos clave para las cuentas públicas, mientras crece la incertidumbre preelectoral. Así, la demanda de cobertura en dólares aumenta, mientras la oferta cae.

Los analistas no descartan que el Gobierno reaccione con medidas puntuales, como operaciones de mercado o cambios en los encajes, aunque por ahora evita intervenir directamente.

Impacto limitado en precios: ¿hay margen para mantener la calma?

Pese a la suba del dólar, el traslado a precios sigue siendo moderado. Según Invecq, la inflación de junio fue del 2% y actualmente corre a un ritmo mensual cercano al 1,5%, lo que permite cierta contención del pass-through. Esto implica una mejora del tipo de cambio real, que trepó un 5,5% en julio y más de un 10% desde abril.

Ese dato es clave para el Gobierno: un dólar más competitivo mejora la balanza comercial sin trasladarse de forma automática a los precios. Sin embargo, los especialistas advierten que este equilibrio es frágil y que nuevas subas podrían acelerar la inflación si se pierde el ancla de expectativas.

Desde una óptica macroeconómica, el dólar real más alto resulta positivo si se acompaña de tasas de interés reales levemente positivas y una expansión del crédito que sostenga la demanda. No obstante, ese equilibrio es difícil de alcanzar sin una señal clara de política económica coordinada.

A favor del actual esquema juega la baja nominalidad del régimen: con inflación controlada, las herramientas pueden moverse sin generar estallidos inmediatos.

El fin de las LeFi: menos anclas, más pesos sueltos

El 10 de julio se dio por terminada la operatoria de las LeFi, un instrumento que había funcionado como ancla de tasas y mecanismo de absorción monetaria. Su eliminación marcó un cambio de régimen en la política monetaria, orientada ahora al control de agregados.

Con el retiro de esta herramienta, las tasas de interés y el tipo de cambio pasaron a determinarse por el mercado. Así, el BCRA dejó de absorber sistemáticamente los excedentes diarios de pesos, lo que incrementó la liquidez y presionó a la baja las tasas monetarias.

El impacto fue inmediato: la tasa de caución a un día cayó del 33,5% al 21,4% en apenas tres semanas. Además, se registró una compresión en las curvas de Lecaps y Boncaps, reflejo de una menor previsibilidad y mayor disponibilidad de pesos.

Este nuevo entorno pone a prueba la capacidad de los bancos para gestionar su liquidez sin una tasa de referencia clara. La eliminación de las LeFi obliga a rediseñar incentivos, redefine la rentabilidad de los instrumentos de corto plazo y expone a los agentes a mayores fluctuaciones.

¿Qué pasa con las tasas y el crédito en este nuevo esquema?

El nuevo paradigma monetario traslada la responsabilidad de la administración del dinero a los bancos. Sin una tasa de política explícita, son las condiciones del mercado las que determinan el precio del dinero. Esto puede generar más volatilidad, pero también más competencia por canalizar recursos hacia el crédito.

En promedio, las LeFi permitían esterilizar hasta el 40% de la base monetaria. Su desaparición deja ese volumen de pesos sin un destino fijo, lo que podría derivar en mayor presión sobre el tipo de cambio si no se reorienta hacia el financiamiento productivo.

Para la sociedad de bolsa Mega QM, este cambio es coherente con la lógica del programa económico actual. Pero también advierten que sin una tasa explícita que actúe como señal, las expectativas pueden volverse más volátiles, sobre todo en contextos de incertidumbre política o shocks externos.

El éxito del nuevo esquema dependerá de cómo evolucione la demanda de dinero, el crédito privado y el comportamiento del tipo de cambio, en un entorno donde las señales de política se tornan más implícitas.

Dólar, tasas y riesgo: lo que viene en la Fase III del programa económico

La Fase III del programa económico marca una transición hacia un modelo de tasas endógenas y política monetaria por agregados. En este esquema, el tipo de cambio y las tasas fluctúan según la liquidez y la percepción de riesgo.

Esta nueva etapa exige monitoreo constante de los flujos financieros y una mejor comprensión de las reacciones del mercado. Los analistas señalan que, sin un ancla clara, los movimientos del dólar pueden ser más abruptos y que las reacciones políticas o económicas podrían tener impactos más directos sobre las expectativas.

Al mismo tiempo, el sistema podría ganar en eficiencia si se consolida la disciplina fiscal y crece la demanda de dinero. Eso permitiría absorber la mayor liquidez sin presiones cambiarias ni inflacionarias excesivas.

Por ahora, la clave estará en el comportamiento de las tasas, el crédito y la reacción del dólar. La política deberá acompañar con señales claras y realistas para sostener la estabilidad en un contexto de reglas nuevas y expectativas volátiles.

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